Un horizonte de aguas rojas
río de piedras primordiales,
línea de cabezas
que van rodando
por la pendiente
de la vergüenza...

Frontera de cruces;
manos y labios
que imploran
por que ella
encuentre sus huellas
y vuelva a casa.

Un desierto que come mujeres.

Ciudades sin memoria
que -a falta de una lengua madre-
peroran en el dialecto
de la ignominia.

Metemos la mano
en treinta pacas
y sólo sacamos sangre.

Una vez, hace tiempo,
un pueblo tomó los huesos
de sus muertos...
y cruzó la frontera
para refundarse mexicano

Hoy, nadie recoge
los huesos de sus hijos
antes de volver,
con miedo,
al país del que salieron
sus abuelos.

Trocas que relumbran como balas,
que aceleran
sobre un camino de oro,
que toman, de un puñetazo,
a la mujer más hermosa,
al mejor pedazo de tierra,
al trozo de cielo más conveniente
que queda desgarrado entre las nubes.

Un viejo
solo
prepara la defensa
sólo tiene la dignidad
por escudo
y se lleva con él
sus manos apretadas
de impotencia
en un ataque despiadado

Una madre levanta un cartón
con el nombre de su hija,
un sicario le muestra
su propio abecedario

Dieciocho flores festejan
la primavera de sus días
que, de pronto,
se vuelve rojo invierno...

Sobre la mesa
de la médico forense
las cosas han cambiado...
Le enseñaron a controlar sus emociones
Pero ella llora...
su bisturí explora,
sin sosiego, cuerpos que fueron
madres, niños
rafagueados

Los limones se agostan en las huertas
-agrios como el momento-
y en las ciudades los precios se disparan
porque los narcos cortaron los caminos
del cítrico a las ensaladas...
pero
¿podemos comer algo más ácido
que lo que a diario nos desayunamos?

Los trenes transitan
sobre las vías del miedo
corazones sureños
que sólo cargan sueños
pero que no esperan
terminar con vida
el periplo de Dante.

Setenta y dos cuerpos
que dijeron no.
setenta y dos pobres
entre los pobres de la tierra...
Setenta y dos afrentas
puestas en nuestra frente
como la marca de Caín...
indeleble... en la memoria endeble.

Niños vueltos humo,
evaporándose
en expedientes...
Ricos que toman sus cunas calcinadas
y las vuelven maletas para su huída.

Ah, Norte que eres patria,
norte que dueles
en cada cabeza cercenada.

País que se vuelve una única,
desolada frontera,
huesos construyendo las ciudades
en medio de la nada.

Balas que forman letras
para aprender
la pedagogía del miedo...

Sierras eléctricas
cortándole el cuello
a la justicia.

Y en las pantallas babilónicas,
la puta llamada
poder mediático,
se solaza
se vuelve ley y condena,
libera a quien le da la gana
destruye a quien le conviene,
y todos, según su ley,
estamos obligados a hablar,
a mostrarnos como carne...

¿Qué más da?
El país es ya un inmenso rastro:
reses de miedo
cruzan nuestros sueños
camino al río de la muerte.

Nos aleccionaron tan bien
que temblamos vueltos nada...
si de cualquier modo,
con miedo o sin él,
van a volvernos fauna,
arena fina
para su vasto desierto,
retazo con hueso
en su zomplantli ...
¿A qué temblar?

el miedo, en esa dimensión de horrores,
sólo estorba.






Un horizonte de aguas rojas
río de piedras primordiales,
línea de cabezas
que van rodando
por la pendiente
de la vergüenza...

Frontera de cruces;
manos y labios
que imploran
por que ella
encuentre sus huellas
y vuelva a casa.

Un desierto que come mujeres.

Ciudades sin memoria
que -a falta de una lengua madre-
peroran en el dialecto
de la ignominia.

Metemos la mano
en treinta pacas
y sólo sacamos sangre.

Una vez, hace tiempo,
un pueblo tomó los huesos
de sus muertos...
y cruzó la frontera
para refundarse mexicano

Hoy, nadie recoge
los huesos de sus hijos
antes de volver,
con miedo,
al país del que salieron
sus abuelos.

Trocas que relumbran como balas,
que aceleran
sobre un camino de oro,
que toman, de un puñetazo,
a la mujer más hermosa,
al mejor pedazo de tierra,
al trozo de cielo más conveniente
que queda desgarrado entre las nubes.

Un viejo
solo
prepara la defensa
sólo tiene la dignidad
por escudo
y se lleva con él
sus manos apretadas
de impotencia
en un ataque despiadado

Una madre levanta un cartón
con el nombre de su hija,
un sicario le muestra
su propio abecedario

Dieciocho flores festejan
la primavera de sus días
que, de pronto,
se vuelve rojo invierno...

Sobre la mesa
de la médico forense
las cosas han cambiado...
Le enseñaron a controlar sus emociones
Pero ella llora...
su bisturí explora,
sin sosiego, cuerpos que fueron
madres, niños
rafagueados

Los limones se agostan en las huertas
-agrios como el momento-
y en las ciudades los precios se disparan
porque los narcos cortaron los caminos
del cítrico a las ensaladas...
pero
¿podemos comer algo más ácido
que lo que a diario nos desayunamos?

Los trenes transitan
sobre las vías del miedo
corazones sureños
que sólo cargan sueños
pero que no esperan
terminar con vida
el periplo de Dante.

Setenta y dos cuerpos
que dijeron no.
setenta y dos pobres
entre los pobres de la tierra...
Setenta y dos afrentas
puestas en nuestra frente
como la marca de Caín...
indeleble... en la memoria endeble.

Niños vueltos humo,
evaporándose
en expedientes...
Ricos que toman sus cunas calcinadas
y las vuelven maletas para su huída.

Ah, Norte que eres patria,
norte que dueles
en cada cabeza cercenada.

País que se vuelve una única,
desolada frontera,
huesos construyendo las ciudades
en medio de la nada.

Balas que forman letras
para aprender
la pedagogía del miedo...

Sierras eléctricas
cortándole el cuello
a la justicia.

Y en las pantallas babilónicas,
la puta llamada
poder mediático,
se solaza
se vuelve ley y condena,
libera a quien le da la gana
destruye a quien le conviene,
y todos, según su ley,
estamos obligados a hablar,
a mostrarnos como carne...

¿Qué más da?
El país es ya un inmenso rastro:
reses de miedo
cruzan nuestros sueños
camino al río de la muerte.

Nos aleccionaron tan bien
que temblamos vueltos nada...
si de cualquier modo,
con miedo o sin él,
van a volvernos fauna,
arena fina
para su vasto desierto,
retazo con hueso
en su zomplantli ...
¿A qué temblar?

el miedo, en esa dimensión de horrores,
sólo estorba.






Un horizonte de aguas rojas
río de piedras primordiales,
línea de cabezas
que van rodando
por la pendiente
de la vergüenza...

Frontera de cruces;
manos y labios
que imploran
por que ella
encuentre sus huellas
y vuelva a casa.

Un desierto que come mujeres.

Ciudades sin memoria
que peroran
-a falta de una lengua madre-
peroran en el dialecto
de la ignominia.

Metemos la mano
en treinta pacas
y sólo sacamos sangre.

Una vez, hace tiempo,
un pueblo tomó los huesos
de sus muertos...
y cruzó la frontera
para refundarse mexicano

Hoy, nadie recoge
los huesos de sus hijos
antes de volver,
con miedo,
al país del que salieron
sus abuelos.

Trocas que relumbran como balas,
que aceleran
sobre un camino de oro,
que toman, de un puñetazo,
a la mujer más hermosa,
al mejor pedazo de tierra,
al trozo de cielo más conveniente
que queda desgarrado entre las nubes.

Un viejo
solo
prepara la defensa
sólo tiene la dignidad
por escudo
y se lleva con él
sus manos apretadas
de impotencia
en un ataque despiadado

Una madre levanta un cartón
con el nombre de su hija,
un sicario le muestra
su propio abecedario

Dieciocho flores festejan
la primavera de sus días
que, de pronto,
se vuelve rojo invierno...

Sobre la mesa
de la médico forense
las cosas han cambiado...
Le enseñaron a controlar sus emociones
Pero ella llora...
su bisturí explora,
sin sosiego, cuerpos que fueron
madres, niños
rafagueados

Los limones se agostan en las huertas
-agrios como el momento-
y en las ciudades los precios se disparan
porque los narcos cortaron los caminos
del cítrico a las ensaladas...
pero
¿podemos comer algo más ácido
que lo que a diario nos desayunamos?

Los trenes transitan
sobre las vías del miedo
corazones sureños
que sólo cargan sueños
pero que no esperan
terminar con vida
el periplo de Dante.

Setenta y dos cuerpos
que dijeron no.
setenta y dos pobres
entre los pobres de la tierra...
Setenta y dos afrentas
puestas en nuestra frente
como la marca de Caín...
indeleble... en la memoria endeble.

Niños vueltos humo,
evaporándose
en expedientes...
Ricos que toman sus cunas calcinadas
y las vuelven maletas para su huída.

Ah, Norte que eres patria,
norte que dueles
en cada cabeza cercenada.

País que se vuelve una única,
desolada frontera,
huesos construyendo las ciudades
en medio de la nada.

Balas que forman letras
para aprender
la pedagogía del miedo...

Sierras eléctricas
cortándole el cuello
a la justicia.

Y en las pantallas babilónicas,
la puta llamada
poder mediático,
se solaza
se vuelve ley y condena,
libera a quien le da la gana
destruye a quien le conviene,
y todos, según su ley,
estamos obligados a hablar,
a mostrarnos como carne...

¿Qué más da?
El país es ya un inmenso rastro:
reses de miedo
cruzan nuestros sueños
camino al río de la muerte.

Nos aleccionaron tan bien
que temblamos vueltos nada...
si de cualquier modo,
con miedo o sin él,
van a volvernos fauna,
arena fina
para su vasto desierto,
retazo con hueso
en su zomplantli ...
¿A qué temblar?

el miedo, en esa dimensión de horrores,
sólo estorba.